Era una noche no demasiado oscura. La lluvia no caía incesantemente y el viento no aullaba ferozmente entre los árboles. Entre otras cosas porque ni hacía viento ni había árboles. Por una carretera secundaria despejada circulaba un coche. Dentro, tres mujeres. El asiento del acompañante estaba ocupado por nuestra Marián; lo que indica que algo desastroso, disparatado y desternillante (para los demás) está a punto de ocurrir. Al volante, su hermana y en el asiento de atrás, una pobre inocente cuyo único delito es ser amiga de ellas. De repente, el coche se para. Las tres chicas se miran un poco anonadadas y una pizca de miedo empieza a nacer dentro de una de ellas. Yoli, la conductora, es la primera en volver al mundo real. Es la más sensata y práctica y decide actuar en vez de dejarse llevar por el pánico. En el coche tan sólo hay un chaleco reflectante, por lo que tan sólo una puede salir del automóvil, y esa será Yoli. Se coloca el chaleco, y sale decidida a enfrentarse cara a cara con el problema. Al momento ven acercarse a una pareja de la Guardia Civil. Entre las amigas empieza a surgir el miedo de nuevo, pero una vez más, Yoli impone la calma. Los guardias se ofrecen a ayudar. Yoli pide a Marián que abra el capó. Marián alarga su mano y mira indecisa a la cantidad de botones que tiene el moderno coche de su hermana. Los tres de fuera se impacientan. Entonces, impulsada por la ansiedad y confiando en su intuición Marián pulsa un botón situado bajo el volante. De repente el coche comienza a moverse sólo. Los dos guardias son incapaces de reaccionar y quitarse de delante del coche, que poco a poco les gana terreno y se les va echando encima. Todos gritan, ¡ Dale al freno, dale al freno!. Pero Marián tan sólo puede pensar en lo mal que le sentaría el uniforme de presidiaria y no consigue reaccionar. Los guardias cada vez más nerviosos siguen intentando no ser atropellados haciendo fuerza con sus manos. ¡El freno, el freno! se sigue oyendo. Finalmente en un atisbo de lucidez Marián se lanza hacia los pedales de los pies del asiento del conductor, y allí con sus propias manos pisa el freno. Los dos guardias están a salvo, pero...¿y ella?. ¿Qué será de ella después de haber estado a punto de atropellar a dos miembros del cuerpo de seguridad del estado? Nada, no le ocurre nada. Nuestra heroína tiene el poder de caer en gracia incluso a seres de este tipo. Ellos se parten de risa y se alejan comentando la equivocación de la chica, y seguramente pensando en la reacción de sus amigos cuando conozcan la anécdota. Por cierto, en cuanto se le tocó un poco allí y un poco allá el coche volvió a funcionar. Pero cuidado, benemérita, Marián está ahí fuera, y además, tiene carné de conducir.
domingo, 20 de abril de 2008
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5 comentarios:
Circulaba ustes con exceso de velocidad.
Ya agente, pero... ¿en el espacio o en tiempo?...
saludos
Jejeje, vaya tela... no sé porqué pienso que yo hubiera reaccionado igual jejeje Besitos
jijiji. quien iba a pensar que el freno fuera un boton, estos coxes modernos de ahora....weno pero al final no mate a nadie.
cuidado benemerita y cuidado yo jajaja
Está claro que esta Miriam me va a caer simpática....
Besos
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