martes, 6 de enero de 2009

Vorágine.



Solía tener un tío-abuelo que llevaba la cartera repleta de fotos.

Ésto, que parece el comienzo de una película- o de un corto- de esos que cuentan una historia, a primera vista, simple, no es más que una verdad muy extendida. Los abuelos y sucedáneos de abuelos suelen tener la cartera repleta de fotos. La diferencia es que en las que este hombre llevaba en su cartera únicamente se reflejaba algo que parecía su imagen. La repetida cara de su juventud. Su afán era el enseñarle a todo aquel con el que cruzaba dos palabras seguidas lo guapo que era de joven, como si tuviera miedo de que alguien creyera que siempre había sido viejo. O quizás porque creía que de alguna forma hay que hacer que lo bello no se olvide.

Hace unas cuantas noches- tres o cuatro, a lo sumo- todos volvimos a encontrarnos. Por "todos" me refiero a los del "circulo", mis amigos de la universidad; aquellos con los que me he divertido en cualquier situación, con los que me he frustrado viendo que se acerca la fecha de entrega de un trabajo y no nos da tiempo de terminarlo, con los que he jugado a lo absurdo, a lo racional y a todo lo que hay en medio. Con ellos.

Este encuentro ha sido algo especial- y con "algo" quiero decir "bastante" y con "bastante" quiero decir "muy". ¡Joder! nunca consigo llamar las cosas por su nombre- Tres de ellos se fueron a estudiar fuera, y ahora volvían; dispuestos a pasar una noche como si nada hubiera cambiado. Éramos seis, menos una que no pudo venir, más tres que decidieron unirse...y nada cambió. Casi las mismas bromas, casi las mismas conversaciones renovadas, casi los mismos gestos cómplices carentes o no de significado. Volvimos a ser nosotros.

Casi al final de la noche sucedió que me invadió el espíritu de mi tío-abuelo León y pensé en qué pasará mañana. ¿Dónde estaremos? ¿Con quién? Algunos nos casaremos, otros seremos solteros, otros tendremos hijos, otros tendremos perro, o gato, o pez de colores, o un ficus. Algunos trabajaremos en Sevilla, otros en otro punto de Andalucía, otros en algún lugar de España, otros en algún rincón del mundo...Y entonces...¿Qué pasará? ¿Seguiremos en contacto? ¿Seguiremos fijando una fecha para invadir Sevilla durante toda una noche o el día a día y nuestras obligaciones no nos dejarán? Y lo peor...¿qué pasará si no os importa? ¿Cuándo dejaremos de sentirnos cómodos los unos con los otros? ¿Cuándo sucederá que los dos últimos que queden se separen? Se separen como cuando en cierto punto de la ciudad nos deseamos unos a otros las buenas noches y nos vamos a dormir...o casi. ¿Llegará ese día?

Me gusta imaginarme que no, que eso no pasará, que dentro de 20 años seguiremos ahí, todos, otra vez. Pero tengo poca fe en el "para siempre" y el tiempo es un monstruo que devora todo lo bello, como el rostro de mi tío-abuelo León. Por ello, yo hago como él, tomo fotografías-con mi máquina o mi mente- de nuestra vida juntos, de nuestros ratos de juventud que no sé si terminarán algún día, pero que estoy segura que inevitablemente irán cambiando. Cambiarán como el rostro de mi tío-abuelo, aquel que llevaba la cartera repleta de fotos.

Y ésto, que parece el final de una película- o mejor, de un corto- no es más que una verdad muy extendida.